Se debería prohibir la pornografía-1

El sexo vende, y eso es algo indudable que hemos podido comprobar en multitud de ocasiones. La gente siente un impulso natural por el morbo, por el deseo sexual, al menos en la inmensa mayoría de casos. Incluso con la represión que la religión lleva sometiendo desde hace siglos en este tema, el sexo siempre logra salir a flote como una de las cuestiones más importantes. Porque está íntimamente ligado a una de las fuerzas motrices de nuestro objetivo en el mundo: la procreación. Antiguamente, el sexo ya era visto como una forma de diversión, sin que tuviera que mediar la concepción de nueva vida de por medio. La religión conocía el poder de ese instinto sexual y decidió someterlo, para controlarlo, como un pecado más. La lujuria ha sido siempre objeto de grandes sermones por parte de los propios religiosos que han reconocido tener que reprimir sus propios instintos, en busca de una paz mayor. A veces lo conseguían, otras no demasiado, pero lo cierto es que los tiempos cambian, y el sexo ya no es tan problemática.

La liberación sexual de las últimas décadas nos ha traído un nuevo paradigma en el que estamos preparados para disfrutar de placeres carnales sin ningún tipo de prejuicio. Esa apertura sexual ha servido también para que las diferentes orientaciones se sientan más cómodas a la hora de mostrarse en público tal y como son. No es casualidad que la pornografía también haya vivido un boom en estas décadas, convirtiéndose en una de las industrias de entretenimiento que más dinero mueve en el mundo. Gracias a las nuevas tecnologías, el porno está ahora al alcance de prácticamente cualquier persona, a través de Internet y los dispositivos móviles. Esto ha creado una situación muy ventajosa para las productoras, que siguen ganando millones con las películas y escenas, pero también ha llevado a la sociedad a plantearse muchas cosas. ¿Es positivo que el porno esté tan extendido? ¿Deberían los menores de edad tener acceso a este tipo de contenido? ¿Puede el sexo convertirse en una obsesión y provocarnos problemas en nuestra vida social y sexual? De todo ello hablaremos en este artículo, para entender la situación actual y determinar si el porno debería ser prohibido o no.  

Una sociedad cada vez más sexual

Es algo natural que siempre sucede después de un tiempo de represión. Cuando la sociedad de libera de un yugo, ya sea moral, militar o de cualquier otro tipo, ese nuevo paradigma tiende a llegar al otro extremo. Si hemos pasados siglos siendo advertidos de que la sexualidad es algo negativo y que solo debemos utilizarla para concebir nueva vida dentro del matrimonio, cuando esa idea se esfuma, la liberación es total. De hecho, el efecto péndulo tiende a llevar la nueva situación a un extremo opuesto, que tampoco es positivo de por sí. Porque el sexo, como todo en la vida, debe tener también sus límites para no convertirse en una obsesión. Algo que ya está pasando en nuestra sociedad actual, al menos en Occidente, donde la sexualidad está llegando a un punto preocupante, por haber perdido buena parte de su sentido.

Aplicaciones como Tinder facilitan tanto los encuentros sexuales que estos están pasando de ser algo especial e interesante a una rutina aburrida. Estamos tan acostumbrados a las escenas de desnudo en las películas que ya no nos llaman la atención. Pasa lo mismo con el cine porno. Esta nueva generación que lleva media vida en Internet ha tenido acceso a tanto porno que está totalmente desensibilizada con este contenido. Esto provoca que, con tanto porno como hay, las productoras necesitan lanzar escenas más intensas y llamativas, con contenido incluso más extremo. Es como tener siempre un buffet libre de comida grasienta a nuestra disposición. Lo natural es que nuestra salud se resienta si todos los días consumimos este tipo de contenido, que además afecta directamente a nuestra forma de entender el sexo, e incluso las relaciones con otras personas.  

Los problemas del abuso del porno

Está demostrado por numerosos estudios científicos que el consumo excesivo de pornografía puede llegar a afectarnos de manera decisiva. Y no hablamos solo a nuestra mentalidad, o la forma en la que entendemos el sexo y el placer, sino también a nuestro propio cerebro. Cada vez se consume porno a edades más tempranas, cuando el cerebro todavía está en formación, y este tipo de contenidos puede modificar incluso nuestras conexiones neurológicas. Aquellas que nos van a marcar en un futuro, en un aspecto tan importante como nuestra vida sexual. Y es que uno de los grandes problemas de la pornografía hoy en día es la facilidad con la que cualquiera accede a este contenido. Por desgracia, esta es también la base del éxito de las productoras actualmente.

El porno se ha naturalizado y extendido tanto que todos ven como algo normal el consumirlo cada día, por ejemplo. Hay personas que gastan más tiempo con este tipo de contenidos que haciendo deporte, o incluso hablando con familiares y amigos. Gente que es incapaz de desconectar de ese contenido y dejar de verlo durante unos días. El abuso de pornografía puede llegar a convertirse en una adicción, como tantas otras que hay, si el problema se nos va de las manos. Porque el porno afecta directamente a nuestra forma de entender el placer, creándonos unas expectativas imposibles de cumplir al estar basadas en fantasías. Queremos compararnos con esos profesionales del sexo, y al no conseguirlo, nuestro autoestima baja por completo. Los problemas empiezan a surgir de verdad cuando el porno es nuestra principal fuente de información sobre sexualidad.  

Una solución equitativa

Los aspectos negativos del abuso de la pornografía han quedado meridianamente claros pero, ¿significa esto que deberíamos prohibir tajantemente este tipo de contenido? Llegar a este punto podría no solo ser algo exagerado, sino también crear un terrible efecto rebote. Todo aquello que está prohibido se vuelve, al instante, más apetecible incluso. Ponerle límites a Internet es además muy complicado, ya que esta red es mucho más difícil de controlar que lo que suponía evitar la distribución de películas o revistas porno en el pasado. Hay países donde el porno ya está prohibido, y eso no significa que la población no acceda a él.

De hecho, los problemas que tienen que ver con el abuso sexual se siguen dando también en esos territorios, sin que el porno sea la causa. La solución, como es habitual, pasa por la educación. Por evitar que los jóvenes accedan a este tipo de contenidos antes de tiempo, para que solo cuando tengan la edad adecuada puedan entenderlo. Y de hecho, deberíamos dejar de tratar el porno, y el sexo en general, como un tabú, porque eso provoca un efecto indeseado en esos jóvenes curiosos. Explicarles que esto es solo cine, que es una fantasía, que no es real, ayudará a que tomen una mejor conciencia de lo que significa el porno y del alcance que tiene en su vida actual. La pedagogía sexual es más necesaria que nunca en estos tiempos, pero siempre sigamos evitándola, el acceso al porno será el principal motor sexual de los jóvenes y adolescentes.